Diferencia entre revisiones de «Usuario:Lcgarcia/El desafío de la naturaleza»

De Neotrópicos, plataforma colaborativa.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
(→‎Apostillas: vínculo)
Línea 22: Línea 22:
  
 
==Apostillas==
 
==Apostillas==
#{{notas|omaira_rios}}. Escrito en Medellín, en noviembre de 1980, para el periódico [http://www.periodicotierracaliente.com.co ''Tierra Caliente''], a solicitud de su directora de ese entonces Omaira Ríos Ortiz.  
+
#{{notas|omaira_rios}}. Escrito en Medellín, en agosto de 1981, para el periódico [http://www.periodicotierracaliente.com.co ''Tierra Caliente''], a solicitud de su directora de ese entonces Omaira Ríos Ortiz.  
 
</small>
 
</small>

Revisión del 23:06 20 jul 2015

El desafío de la naturaleza[1]

El 26 de agosto de 1883 el volcán Rakata en Indonesia entró en erupción. La pequeña isla de Krakatoa literalmente desapareció. Se calcula que 18 mil millones de metros cúbicos de material fueron arrojados por el volcán. Todo lo que quedó de la isla fue un pequeño picacho cuya superficie era sólo un tercio de la original, completamente cubierto de cenizas y perfectamente estéril.

El fenómeno fue tan espectacular en Krakatoa que muchas personas se preguntaron cuándo se recuperaría la isla. Tan pronto se enfriaron las cenizas y el volcán entró en descanso, los curiosos iniciaron un recuento de todos aquellos visitantes que iban llegando a la isla y establecían residencia. Tres años después de la erupción la tierra estaba cubierta por un colchón espeso de algas verde-azules y en muchos sitios crecían helechos y hierbas. Después de 25 años toda la isla estaba cubierta por un bosque denso, utilizado por más de 400 especies de animales incluyendo más de 50 vertebrados: aves, lagartos, murciélagos, roedores, culebras…

El proceso fue tan rápido que 100 años después un extraño se niega a creer que todo es nuevo en Krakatoa. Hoy día no hay señales de la destrucción y sólo el ojo entrenado de los especialistas conocedores de la historia de Krakatoa detectan la presencia de cicatrices.

El episodio de la destrucción de Krakatoa ha servido de tema para novelas y películas las cuales han enfatizado precisamente los aspectos negativos del evento: las fuerzas físicas incontrolables de la tierra y el hombre a merced de ellas. Pero no se ha mostrado el resto de la historía, los seres vivos invadiendo, colonizando, transformando una zona desértica y convirtiéndola en una selva rica y diversa.

¿Por qué? ¿Es qué solamente lo repentino, lo catastrófico, tiene interés novelesco? Tal vez la razón estriba en el hecho de que todos estamos familiarizados con los resultados de esas otras fuerzas naturales, los seres vivos. Quienes cultivan la tierra o cuidan un jardín saben muy bien que día a día deben luchar contra la invasión de hierbas y malezas que compiten con su cultivo por espacio, luz, alimento…

Es lo esperado, lo conocido; la trama sólo tiene un desenlace y el elemento de sorpresa necesario para armar la novela simplemente no existe. Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué nos sorprende que Krakatoa se haya recuperado en tan solo 25 años? ¿Después de todo, no es lógico? Realmente no quiero debatir acerca del valor literario de la destrucción o recuperación de Krakatoa, simplemente quería mostrar algo que ya sabemos: que la naturaleza, el mundo que nos rodea y del cual somos parte, es la suma de fuerzas en conflicto. Lo que en un instante, en una generación vemos es la resultante de tales fuerzas. No es exagerado afirmar que un derrumbe, la caida de un árbol, una inundación, una sequía, son en sus efectos y en la forma como ocurren y cesan como la explosión del volcán Rakata pero en una escala muchísimo menor en el espacio y muchísimo mayor en el tiempo.

Todo lo que percibimos es el resultado de las fuerzas en conflicto. El árbol que no puede mantenerse en pie y cae, el agua que no cabe dentro de su canal natural y se desborda, el talud que se desestabiliza y rueda, la lluvia que no llega hoy aquí sino mañana en otra parte, son ejemplos del complicado juego de los elementos naturales. ¿Está el hombre a merced de éstos? ¿Es él un elemento pasivo, receptor que únicamente percibe los cambios sin posibilidad de alterar el curso de la naturaleza ya sea generando cambios deseables o impidiendo cambios indeseables? Realmente no. Los antropólogos e historiadores debaten continuamente acerca de la edad del hombre, pero en dos cosas hay un acuerdo absoluto: primero en que su advenimiento es muy reciente, menos de un millón de años que comparados con la edad de la tierra, cinco mil millones de años, nos hace poco más que recién nacidos y segundo en el nombre: Homo sapiens.

El hombre conoce, piensa, concluye, vaticina, predice, yerra, aprende… ¡Cuántos verbos solamente tienen sentido cuando son usados en un contexto humano! Desde la alborada de la humanidad ésta ha venido poco a poco tanteando, aprendiendo primero a conocer y casi de inmediato a manipular los fenómenos naturales para su beneficio. El caso del hombre es paradójico, ningún otro animal es más débil, más desnudo frente a los insultos ambientales, pero al mismo tiempo ningún otro ha logrado transformar la naturaleza sin perder su esencia. Es esta capacidad de manipular, de transformar el mundo que le rodea la que hace del hombre sin lugar a dudas la más exitosa de cuantas especies existen o han existido. Es la esencia de su misma existencia.

La evolución del hombre se puede resumir al proceso de aprendizaje que lo ha llevado desde el descubrimiento del fuego y la invención de la rueda hasta la conquista del espacio pasando por la invención de la agricultura, la producción de semillas milagro, la fabricación de vacunas, el transplante de órganos, la domesticación de plantas y animales y mucho más. Darwin introdujo el aforismo lucha por la vida para sintetizar la esencia de su teoría. En el caso del hombre esta frase cobra particular validez pues no es la reacción pasiva del repoblamiento de Krakatoa sino la tenacidad e insistencia del hombre por mantener su vida y garantizar la de sus descendientes en un ambiente que les es hostil.

Todas las acciones humanas presentes y pasadas están encaminadas hacia su mantenimiento o su reproducción. Su misma organización social, la existencia de una cultura son últimadamente mecanismos para acumular experiencia y facilitan su lucha por la vida. Hoy día el hombre se enfrenta a un nuevo desafío, sus acciones individuales parecen traerle más problemas que soluciones. En su proceso de dominar la naturaleza, de esclavizarla por así decirlo, está transpasando los límites de su recuperación natural. Sus deshechos llegan a los ríos con mayor rapidez que la capacidad de purificación de éstos puede soportar. Tala bosques más rápido de lo que éstos crecen. Cada acción humana es como una pequeña erupción del volcán Rakata, en un instante destruye lo que luego tomará años en volver a existir. Es paradójico que en su lucha por la vida el hombre destruya la fuente. La tierra será como Krakatoa, se recuperará. ¿Pero estará allí el hombre documentando el cambio? Este, en suma, es el desafío.

Apostillas

  1. ^ . Escrito en Medellín, en agosto de 1981, para el periódico Tierra Caliente, a solicitud de su directora de ese entonces Omaira Ríos Ortiz.